sábado, 31 de julio de 2010

Utopía y Poder en los origenes de la Modernidad

UNA NUEVA FORMA DE CONCEBIR EL PODER EN EL RENACIMIENTO: DESDE UNA COSMOVISIÓN TEOCÉNTRICA A UNA ANTROPOCÉNTRICA. EL PODER TERRENAL Y EL CELESTIAL.
INDICE.

1. INTRODUCCIÓN Págs. 1-5.

2. CUESTIONAMIENTO DEL ORDEN SOCIAL MEDIAVAL. Págs. 5-22.

2.1 LA UTOPÍA, NACIMIENTO DE UN NUEVA SODIEDAD Págs. 5-9.

2.2 UNA NUEVA TEOCRACIA Págs. 9-13.

2.3 LA RAZÓN DE ESTADO Págs. 13-19.

2.4 LA EDUCACIÓN DEL PRINCIPE CRISTIANO. Págs. 19-22.

3. CONCLUSIONES O CONSIDERACIONES Págs. 22-30.

4. BIBLIOGRAFIA Pág. 30-31.

5. WEBGRAFÍA Pág. 31.


1. INTRODUCCIÓN.
El hombre es un ser eminentemente social , de ahí que siempre se ha reunido con sus semejantes con el objeto de formar grupos, comunidades y sociedades y con ello poder satisfacer sus necesidades. Las sociedades se transforman y se desarrollan, constituyendo la vida social y creando diversas formas de organización. La evolución de los grupos humanos está íntimamente unida a los problemas que tienen que resolver, por lo que la vida social también entraña un gran número de conflictos. El individuo, presionado por los distintos grupos sociales a los que pertenece, experimenta conflictos personales. La necesidad de solucionar problemas cada vez más complejos llevó a estos grupos a unirse en colectivos más amplios. Son lo que denominamos sociedades. Los miembros de un grupo se asocian con una finalidad concreta. Por lo que evidentemente el cómo se organiza un grupo de hombres y mujeres en sociedad, siempre ha estado ligado al vocablo poder, el cual viene del latín possum, potes, potui, posse que en su acepción más lata y general significa ser capaz, tener fuerza para algo. Se vincula con potestas, que es potencia, potestad, poderío, dominio sobre un objeto concreto o sobre el desarrollo de una actividad, que tiene como homólogo a facultas, posibilidad, capacidad, virtud, y cercanos a ellos está imperium (mando supremo), arbitrium (falta de coacción) auctoritas (influencia moral derivada de una virtud). De manera que todas estas significaciones se conectan y entrecruzan en el confuso concepto de poder. (Mayz-Vallenilla, 1982: 22-23) .
El poder ha seducido a los hombres desde los tiempos más remotos. Su concepción y su práctica han sido heterogéneas a través de la historia de la civilización. En cada momento histórico, éste se ha entendido por lo hombres, en función de diversas variables: económicas, sociales, culturales…etc., que han supuesto la plasmación de una determinada forma de concebir el poder. Si nos atenemos al periodo anterior a la modernidad, que fue denominado con la expresión "Edad Media", que ha sido empleada por la civilización occidental para definir el periodo de 1000 años de historia europea entre el 500 y 1500 d. C. La Edad Media, a su vez se divide, en alta edad media - se denomina por convención, al periodo de la historia de Europa que se extiende desde la caída del Imperio romano de Occidente, hasta aproximadamente el año 1.000, época de resurgimiento económico y cultural. En este período, tres imperios conviven y luchan por la supremacía: el bizantino, el árabe o islámico y el carolingio - estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, por contra la baja edad media - (del siglo XI al XVI) estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad, donde tuvo lugar el poder feudal, caracterizado por una sociedad dividida en estamentos, es decir, no había movilidad social y el que nacía pobre moría pobre. Estos tres estamentos eran los Caballeros, los que luchaban, los sacerdotes, los que rezaban y los campesinos, los que trabajaban. Los campesinos eran el sostén económico de los sacerdotes y los caballeros. Este orden se suponía que era divino y que Dios lo había querido así, por lo que el que se oponía a este orden "se oponía a Dios”. http://es.wikipedia.org/wiki/Edad_Media.
En la edad media la Iglesia y Estado se concebían como necesidades naturales destinadas a durar tanto como la propia humanidad. En concreto la edad media terminaría en torno a 1400 cuando se produce una crisis en la iglesia y decadencia en el poder imperial. En esta época de crisis coexisten simultáneamente tres papas y tres emperadores. Políticamente Europa se va fragmentando en estados. La idea medieval de una cristiandad regida por el Papa y el Emperador no ha desaparecido pero resulta inoperante. Empieza a constituirse según la concepción de la igualdad política, España se unifica, Francia absorbe Borgoña y Bretaña, Inglaterra absorbe el País de Gales y solo permanecen divididos Italia y Países Bajos que son además las regiones más pobladas y cultas. Italia es políticamente mas débil puesto que los estados luchan entre si. En los distintos reinos italianos existen determinadas familias poderosas que se van a convertir en mecenas. Esta situación favorece las apetencias extranjeras, fundamentalmente a España y a Francia. En el siglo XV solo existen dos estados independientes, Venecia y el Estado Pontificio, ya que en esta época el papa vuelve a Roma y a partir de entonces se afianza en el poder, siendo la financiación de la basílica de San Pedro la chispa que desata la reforma. Desde el punto de vista económico esta época se caracteriza por la aparición de una burguesía capitalista que ejerce un papel relevante en la sociedad. Hacia 1560 hay una enorme crisis porque no se podían devolver los préstamos de las guerras. La Iglesia condena el préstamo con interés sin embargo Calvino lo permite.

Es en este siglo XVI, cuando empezó a surgir el Estado moderno - aún cuando éste en ocasiones no era más que un incipiente sentimiento nacional - y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Una de las consecuencias de esta pugna, particularmente en las corporaciones señoriales de las ciudades italianas, fue la intensificación del pensamiento político y social que se centró en el Estado secular independiente de la Iglesia. En el siglo XV se amplían los horizontes geográficos, pero por otro lado el ámbito europeo cristiano se reduce con la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453. En el siglo XVI se acrecienta la sensibilidad religiosa, aparecen las corrientes que defendían reformas en la iglesia como modelo a los orígenes del cristianismo. La reforma de Lutero tuvo repercusiones políticas como el apoyo de los príncipes alemanes que se oponen al emperador. En Inglaterra el Rey se opone al Papa y se pone a la cabeza de la iglesia anglicana. Otra repercusión es de carácter social como revueltas o guerras. Paralelamente a la reforma surge la contrarreforma en el Concilio de Trento, para oponerse a las tesis de Calvino y Lutero y se funda la Compañía de Jesús como defensa del catolicismo.
Es precisamente en este contexto histórico descrito anteriormente, donde aparece el término renacimiento- “Rinascimento”- que es de origen religioso. Supuestamente es la renovación del hombre a partir del siglo XV, donde se da una renovación cultural, una vuelta a los orígenes grecorromanos . Un Renacimiento de las artes y ciencias sin dejar de lado los avances científicos de esta época. El Renacimiento se clasifica como humanismo que se basa en los estudia humanitatis que sustituye los estudios del trivium y del quatrivium. Proponen el estudio de las lenguas clásicas, latín, griego e incluso el hebreo. Se pretende además la educación del hombre según el modelo del hombre clásico y hay cierto rechazo a la ciencia. Para el humanismo todos los saberes están ligados y forman parte de una autonomía. Valora al hombre natural pero no es ajeno al interés religioso, aspira a la reunificación de las religiones con una vuelta a los profetas de la antigüedad, se difunde por toda Europa gracias a la imprenta y a los libros y mantienen entre si constantes intercambios.

El núcleo ideológico del Renacimiento es el Humanismo, que podemos definir como la nueva cultura que surge a partir del siglo XV que se centra en el hombre (antropocéntrico) y que tiene como finalidad al hombre. Los temas que desarrolla el humanismo son: el tema del sujeto y de su libertad, la relación del sujeto con Dios, y la relación del sujeto con el mundo y la naturaleza. El Renacimiento se va a destacar por la vuelta a los ideales grecolatinos y por la interpretación libre de la Biblia. En el humanismo, se celebra la época de su propio valor para pensar y sus nuevas esperanzas. Por primera vez, el poder espiritual tiene la precedencia sobre el puramente hereditario y tradicional, y la fuerza. La rapidez con que se realiza esta transmutación de valores lo demuestra el hecho de que los príncipes y obispos se pongan de repente a coleccionar libros, cuadros y manuscritos en lugar de armas; inconscientemente capitulan, de este modo, con el reconocimiento de que el poder del espíritu creador ha asumido en sí la soberanía en Occidente y de que las creaciones artísticas están destinadas a sobrevivir a las construcciones militares y políticas de la época. Por primera vez concibe Europa su razón de ser y su misión en la supremacía del espíritu, en la erección de una uniforme civilización occidental, en una cultura universal que actúe como modelo. La Razón se identifica con el principio que traza las normas, racionalizando el desorden y el caos, ordenando según sus designios, al mundo. Tras las guerras de religión que cubren la Europa del siglo XVII, la religión que había impuesto la razón rectora, que antes unía a los pueblos, ahora separa. Así Europa pierde la base de sustentación sobre la que descansaba su identidad y que legitimaba el viejo orden social. En este escenario aparece la razón cartesiana que llena el vacío dejado por la religión y legitima el nuevo orden social burgués que emerge.

Es en este contexto, donde nace, el vocablo utopía que, etimológicamente significa “lugar que no existe” o “lugar en ninguna parte” . Pero lo importante es que esta inexistencia puede entenderse como “lo que aún no es”, o bien como “lo que no puede ser”. En este sentido, podemos afirmar que hay realidades utópicas e ilusiones utópicas. La obra Utopía, publicada en 1516, combina las exigencias del Humanismo cristiano con las del epicureísmo y el estoicismo. Utopía (ningún lugar) realiza una crítica de la sociedad contemporánea, especialmente la inglesa. Denuncia la pobreza de amplias capas de la población, censura la concentración del poder y el expansionismo estatal que provocan las guerras. El modelo de organización social y político propuesto por Moro, está inspirado en las sociedades aborígenes recién descubiertas y reúne las siguientes características: es una sociedad justa, fraternal, igualitaria y tolerante. No existe la propiedad privada ni el dinero. El trabajo es obligatorio para todos. Los cargos son electos. La educación es universal. Por el contrario, la concepción política de Maquiavelo se basa en el rechazo de las teorías abstractas y modelos propuestos por Platón y Aristóteles, la recuperación y actualización del legado político de la historia de Roma, el estudio empírico de la realidad sin ilusiones o engaños, una concepción pesimista de la naturaleza humana: el hombre se mueve por la ambición, las pasiones y los deseos insaciables, la independencia de la política respecto de la ética, la razón de Estado: la seguridad y la conservación de la patria para garantizar la convivencia tienen absoluta prioridad. El mantenimiento y protección de la convivencia se lleva a cabo mediante la prudencia política, entendida como la capacidad para prever situaciones futuras que incluye sentido de la oportunidad y aceptación de la necesidad frente a los vaivenes de la fortuna, la Virtud, definida como la fuerza, la inteligencia y el valor del príncipe para imponer un orden estatal liberado de la corrupción y el ejército, que se encarga de la seguridad, que tiene que estar garantizada por un ejército formado por ciudadanos.

En Europa, por tanto, la consolidación del pensamiento político moderno tuvo lugar cuando el desarrollo de un pensamiento humanista desplazó el pensamiento mítico y religioso dentro del que las sociedades de la Edad Media explicaban su existencia. Con el desplazamiento del orden cosmológico teocéntrico del medievo, la naturaleza del orden social y la seguridad dejaron de ser percibidos como productos de la voluntad de un Dios providencial y empezaron a ser pensados y tratados como construcciones sociales Por lo que podríamos establecer, que en esta encrucijada de caminos, se dan dos concepciones del Estado y de la organización de la sociedad más relevantes entre los siglos XV y XVI, que son: el Realismo político ligado a Maquiavelo, que propone la independencia de la ética cristiana y la política, y el Utopismo, vinculado a Tomás Moro, que propone una transformación radical de la sociedad desde principios racionales y religiosos. Esto sirve de preámbulo para comprender que el problema inicial al que se enfrentaron los humanistas cívicos fue el de cómo conciliar una comprensión aristotélica del ciudadano, que amparaba la realización humana en la república, con una visión cristiana del tiempo, que negaba cualquier posibilidad de realización secular. Por lo que, los efectos del pensar utópico pueden ser dobles. Imaginar situaciones ideales, sin un deseo real de transformación, puede ser un mero mecanismo de defensa compensatorio, que sirve de refugio y paraliza la acción. Pero, hay otro efecto más en consonancia con el dinamismo y la evolución histórica, se trata de construir situaciones y repúblicas ideales con el fin de orientar y estimular la acción sobre el mundo real, en aras de transformarlo. En este sentido la utopía es progreso. Por otra parte, la utopía tiene un poder real, cuya raíz, afirma Tillich, está en “el descontento esencial -ontológico- del hombre en todas las “dimensiones de su ser” . ¿Pero cómo se reconcilian deseos humanos ilimitados y satisfacciones humanas limitadas dentro de un marco social?
Por ello esta nueva concepción de la sociedad, requiere de unos valores, de unas normas, de una forma de entender la condición humana, ¿cómo tienen que ser quienes gobiernan? ¿Qué sirve de soporte moral a su potestad jurídica? Por lo que no todas las sociedades utópicas –“no lugar”- han dado los mismos resultados en la práctica social, aunque bien es cierto que han alumbrado el camino del hombre con más o menos aciertos, hacia lo que hoy podemos denominar sociedades modernas occidentales en algunas vertientes, como las utopías de Moro, Campanella y Erasmo. Mientras que quizás el realismo político de Maquiavelo, se haya impuesto como forma de entender y legitimar la razón de estado, de forma autónoma y autosuficiente frente a cualquier otra dimensión del ser humano.http://www.slideshare.net/adrianvillegasd/la-nocion-y-concepto-de-estado-desde-la-antiguedad-hasta-la-edad-moderna-a-traves-de-sus-pensadores.
2. CUESTIONAMIENTO DEL ORDEN SOCIAL.
2.1 LA UTOPÍA COMO NACIMIENTO DE UNA NUEVA SOCIEDAD.
La primera obra donde se escribe y utiliza el vocablo utopía, es “La mejor república y la isla de Utopía” (De optimo reipublicae statu deuqe nova insula Utopía) de Thomas Moro (año 1516, escrita en latín, traducida al inglés solo en el año 1551, dieciséis años después de su muerte). Habría que recordar que recién habían pasado 24 años del descubrimiento del "nuevo mundo", los relatos de las culturas encontradas en esas tierras bárbaras, sobre todo de Américo Vespucio, causaron gran impresión en pensadores de la época y particularmente en Tomás Moro. Antes de hablar de Utopía, es interesante destacar que Tomás Moro es tan importante para la Iglesia Católica como para los teóricos marxistas . Como si los nuevos descubrimientos geográficos no fueran suficientes para ensanchar y enriquecer el mundo, los hombres del Renacimiento decidieron inventar nuevas tierras. El primero en hacerlo fue nuestro autor, quien creó la palabra utopía y, junto con ella, la noción de que las comunidades humanas deben tender hacia la perfección, lo que en este caso quiere decir justicia e igualdad. Escrita en latín, - la lengua universal de los humanistas occidentales de la Edad Media y Moderna - con una intención doble; antes que nada, para hacer patente el hecho de que la sociedad descrita en él era inalcanzable –“Cuando terminó Rafael de hablar, recordé muchas cosas que me habían parecido absurdas de las leyes y los hábitos… “(Utopía. pág. 117)- y también para darle un toque fantástico que disfrazara las despiadadas críticas que lanza a las instituciones de su tiempo. De hecho el libro está presentado como una obra de ficción, donde la descripción de la isla Utopía y las ideas que se desprenden de ella están puestas en boca de un personaje inexistente, Rafael Hytlodeo –“Llamado Rafael y de apellido Hytlodeo…Dejó a sus hermanos las posesiones que tenía en su país, pues es de Portugal, y, deseando conocer mundo, se unió con Américo Vespucio…” (Utopía Págs. 33-34)-, Moro demuestra, principalmente en los nombres de funcionarios y ciudades de la isla, que se tata de una comunidad imaginaria. Por ejemplo, cuando dice que su capital es Amauroto (posiblemente del griego sin muros, o bien, del griego oscuro), regada por el río Anhidro (sin agua) y regida por un funcionario cuyo título es Ademus (sin pueblo). Sin embargo, de poco le servirían a Moro estas precauciones, pues sería condenado a muerte por negarse a aceptar y apoyar los caprichos del rey Enrique VIII, y por atacar varios aspectos de la Reforma religiosa que se estaba llevando a cabo en Inglaterra. En una triste coincidencia Moro escenificó la frase escrita por él mismo en Utopía que dice: “no se puede ir contra el consejo del príncipe so pena de ser tenido por traidor” (Utopía Pág.74). Utopía es la obra más importante e influyente de Tomas Moro, escrito en el que se platea el problema de la legitimidad y la fundamentación del poder y que inaugura el pensamiento político de la modernidad, junto con Maquiavelo (El príncipe) y La Boétie (Discurso de la servidumbre voluntaria) .
La palabra utopía, que como hemos dicho, significa literalmente “lugar que no existe”, el tiempo demostraría que se trata de una verdad a medias, pues aunque efectivamente es imposible situar la isla Utopía de Moro en un mapa, las ideas y los ideales que la pueblan son reales; la geografía es imaginaria e intangible, pero la ideología y filosofía que imaginan sociedades más libres y habitables ciertamente existen. Éstas contienen el sueño de una vida mejor y, en consecuencia, son críticas respecto a la situación existente. Es una enérgica crítica de la situación política y social, a veces despiadada, de la sociedad europea de la época, centrándose especialmente en la Inglaterra de mediados del siglo XVI. Utopía es una isla, un paraíso socialista en que la propiedad privada ha sido abolida, en que no hay diferencias sociales, en que no tienen importancia ni el dinero ni las joyas, donde se trabaja seis horas diarias y las demás se destinan al cultivo del espíritu. En esta sociedad, la medicina es para todos, existe la eutanasia, hay abundancia de alimentos y cada cual pide lo que desea sin contraprestación de ninguna especie. En fin, un verdadero paraíso que se contraponía ferozmente con la sociedad inglesa de la época.
El gran paso que da la obra de Tomás Moro, es la de situar los males que acechan al hombre, no en un designio divino ni surgen de su propia naturaleza, sino que tienen su origen en la estructura social-“El simple hurto no es una falta tan grave que deba ser castigada con la muerte, y ningún castigo será suficientemente duro para evitar que roben los que no poseen otro recurso para vivir” (Utopía Págs. 33-34). En contra de la tesis mantenida por Hobbes (“homo homini, lupus”), Moro afirma la bondad e inocencia connaturales al hombre. Todo desorden y mal moral es siempre fruto de una mala organización y gestión de lo público. Son las instituciones y organizaciones sociales y políticas las responsables de la entidad moral de los sujetos que bajo ellas se desarrollan. Nuestros destinos no dependen de ninguna finalidad inmanente (formas, esencias, naturalezas) o trascendente (Dios, inmortalidad, etc.) a nosotros mismos. Antes bien, el bien y el mal morales se juegan siempre en el tablero de lo histórico, es decir: en lo político y social mismos. Por este motivo Utopía, designa un "no-lugar" o un "lugar ilocalizable en ningún sitio" por cuanto es un ideal, un horizonte futuro, aunque razonablemente posible y realizable a través de la praxis política. Esto implica la aceptación por parte de Tomas Moro de la posibilidad histórica de un progreso de la humanidad. Utopía no es una fábula ni un mero divertimento literario del autor. Utopía es el límite que se ha de hallar presente en nuestra mirada si lo que queremos es construir un mundo en el que todos los males (morales, políticos, religiosos) sean erradicados por completo.
Ahora bien, desvinculado el mal de sus raíces trascendentes y naturales, Moro llevará a cabo un exhaustivo análisis social que deje translucir su génesis. El origen del mal se halla vinculado a dos fenómenos: por un lado la propiedad privada- :"Por eso estoy convencido de que es muy justo, repartir equitativamente los bienes y que no se obtiene el bienestar de los hombres sin la anulación de la propiedad privada" (Utopía, Pág.76).-, tesis que más tarde recogerá el ilustrado Jean-Jacques Rousseau , y por otro lado la guerra a la que se prestan por pura ambición los gobernantes europeos -ejemplo de ella fue la mantenida por Enrique VIII contra Francia, contienda a la que Moro era contrario- -¿Y si además, yo sostuviese que todas esas guerras, al alterar tantas naciones, debilitan los erarios, arruinan a los pueblos y, terminen como terminen, siempre resultan inútiles, y…”(Utopía Pág. 65)- . La división entre ricos y pobres, opresores y oprimidos surge de un desigual reparto de la riqueza, desigualdad que genera no sólo una fractura entre dos clases en pugna, sino un sinfín de rivalidades y desórdenes sociales -revoluciones y levantamientos de los más pobres, miseria, delincuencia, ociosidad impúdica de nobles y clérigos- que normalmente termina justificando el mantenimiento de un ejército permanente muy costoso económicamente y peligroso en épocas de estabilidad- “Pues la realidad misma enseña que se engañan de medio a medio quienes opinan que la indigencia del pueblo es la garantía de la paz. En efecto, ¿dónde hallas más pendencias que entre los mendigos? ¿Quién se aplica con más ahínco a transformar las cosas sino a quien la situación presente no agrada lo más mínimo? ¿O quien, finalmente, está poseído de una furia más audaz para subvertir todo con la esperanza de lograr algo de donde sea, sino quien ya no posee nada que pueda perder?" (Utopía, Libro I. pág. 69)-. El propósito evidente de Moro cuando escribió Utopía era abrir los ojos del pueblo a los males sociales y políticos del mundo circundante, como la inflación, la corrupción, los malos tratos a los pobres, las guerras sin finalidad alguna, la ostentación de la corte, el abuso del poder por los monarcas absolutos, etc. -“¿Qué clase de justicia es la que consiente que cualquier noble, banquero, prestamista, u otro de esos parásitos que nada hacen o lo que realizan no tiene gran valor para la república , lleve una vida de lujo y placer..”. (Utopía Págs.173-176)-.
La modernidad del pensamiento de Moro se deja notar en su crítica a la sociedad estamental: la división platónica entre guardianes y trabajadores ha de ser suprimida por una República en la que todos los hombres, cualquiera que sea su condición y profesión, están obligados a trabajar en vistas al bien común. Esto es posible únicamente si se elimina la propiedad privada "Por eso, cuando contemplo y medito sobre todas esas repúblicas que hoy florecen por ahí, no se me ofrece otra cosa, séame Dios propicio, que una cierta conspiración de los ricos que tratan de sus intereses bajo el nombre y título de república. Y discurren e inventan todos los modos y artes para, en primer lugar, retener sin miedo de perderlo lo que acumularon con malas artes; después de esto, para adquirirlo con el trabajo y fatigas de todos los pobres por el mínimo precio; y para abusar de ellos. Estas maquinaciones, tan pronto que los ricos han decretado que se observen en nombre del pueblo, esto es, también de los pobres, se hacen ya leyes" (Utopía Pág. 175.Libro II).
En la segunda parte del libro de Utopía, Rafael Hythlodaeo nos describe la isla de los utopienses: una comunidad de trabajadores que, gobernados por los más sabios, actúan con vistas al bien común. Los utopianos, no envían a sus ciudadanos a la guerra -salvo en casos extremos- pero contrata mercenarios entre sus vecinos más belicosos-“Mediante ese dinero pagan grandes cantidades a los mercenarios de países extraños, a quienes mandan a la guerra antes que a sus conciudadanos….” (Utopía Pág.109)-. Todos los ciudadanos de la isla viven en casas iguales, trabajan por periodos en el campo y en su tiempo libre se dedican a la lectura y el arte. Toda la organización social de la isla apunta a disolver las diferencias sociales y a fomentar la igualdad. Por ejemplo, que todas las ciudades sean geográficamente iguales, o, más importante aún, que todos los individuos trabajen una misma cantidad de horas -“donde la jornada se divide en veinticuatro horas iguales, incluyendo en ella el día y la noche, y se designan seis para el trabajo…” (Utopía Pág.93)-. Los habitantes viven mayormente en paz y armonía, resultado de su buena organización social. Existen muy pocos conflictos en Utopía y cuando los hay son resueltos con rapidez. En general, se concibe a la comunidad utopiana como una sociedad con una excelente organización, que permite cubrir las necesidades de todos los habitantes y además estimularlos a desarrollarse intelectualmente en su tiempo libre. El gobierno político de la isla no se encuentra en ninguno de los modelos tradicionales aristotélicos. Sin embargo, la obra contiene numerosas referencias a los pensamientos del filósofo griego Sócrates, expuestos en la obra La República, de Platón, donde se describe asimismo una sociedad idealizada.
Ahora bien, la utopía de Moro, no es revolucionaria, antes bien, legitima y justifica el poder absoluto del gobernante o monarca, por lo que podríamos decir más bien que es reformadora. Todo está sujeto a un orden inexorable. Los delitos se castigan con la esclavitud, no con la pena de muerte, y el ocio y el vicio se previenen mediante un trabajo y una cultura dirigidos. No hay penosas diferencias sociales, pero la libertad se halla constantemente vigilada para que nadie sobrepase los límites de la "corrección moral"- “Si antes del matrimonio, un joven y una muchacha tienen trato carnal ilícito, son castigados con severidad..., (Utopía Pág.134), eso sí, se permite la separación de mutuo acuerdo, si “los caracteres de los cónyuges son incompatibles”. Nuestros modernos Estados heredaron muchos de los postulados utópicos de Tomás Moro, y su enorme influencia se rastrea en los hospitales para pobres creados en Europa -“Los utópicos tienen una especial consideración por sus enfermos, a los que cuidan en hospitales públicos, de los que hay cuatro en cada ciudad… (Utopía Pág. 102)- , o en el pensamiento de los socialistas utópicos y del marxismo.
El gobierno de los utopianos conjuga elementos aristocráticos con elementos democráticos. Para cada ciudad, en grupos de treinta familias, los habitantes eligen anualmente a un representante, llamado sifogrante, y a su vez, cada diez grupos de sifograntes con sus respectivas familias, eligen, también anualmente, a un representante llamado traniboro. La autoridad máxima de la ciudad es determinada por todos los sifograntes, que son en número de doscientos para cada ciudad,- jurando elegir al más idóneo y conveniente,- ¿el filósofo gobernante de Platón?- de entre cuatro candidatos determinados por elección popular, uno para cada cuarto de la ciudad. La duración del cargo de la autoridad máxima es de por vida, siendo raramente depuestos bajo sospecha de tiranía.-Todos los sifograntes, que son doscientos, después de prestar juramento de que escogerán al hombre que crean más apropiado, eligen mediante voto secreto, a un príncipe, …” (Utopía Pág. 90)-
Podemos entrar ahora, después de un pequeño bosquejo de la obra, en cuestionamientos sobre si, el sistema político de la isla puede entenderse como una república. Pudiéndose tener dos posturas respecto a esta dificultad en el plano del pensamiento político. Posturas opuestas que responden a una pregunta de carácter ontológico en la teoría política. La pregunta es ¿la identificación -y por ende su misma esencia- de lo político está directamente relacionado con la existencia del conflicto o puede ser autónomo de éste? Pregunta que no tiene una respuesta última objetiva, si no que dependerá de la postura filosófica que se adopte para responderla. Aquellos que entienden la política como dependiente del conflicto no encuentran otro régimen político en la isla que su misma organización social, puesto que esto es lo que elimina el conflicto. El gobierno que impera no sería de carácter político sino administrativo. Aquellos que entiendan la política como autónoma del conflicto, le otorgan un carácter político al gobierno de los utopianos describiendo así un tipo de República alternativa con algunas salvedades de la concepción clásica.
También podemos establecer la discusión, de si Utopía es principalmente una obra católica, “No polemizan jamás sobre la felicidad sin sacar a colación algunos de sus principios religiosos, que equiparan con la filosofía racional… ¿Y qué otra recompensa pueden esperar si no es un premio en el otro mundo, después de la vida de dolor y mortificación? (Págs. 116-117), en la que el autor expone sus opiniones, y donde todo lo que pueda parecer propaganda comunista es simple alegoría. También podríamos pensar, que se trata de un manifiesto político en el cual todas las referencias a la religión deben pasarse por alto-“Me alegro de que la forma de Estado que yo deseo para todo el mundo la hayan hallado los utópicos, quienes, gracias a las instituciones que han creado, han construido no sólo la más próspera de las repúblicas, sino también la más duradera, en cuanto pueden predecir las humanas conjeturas (Utopía págs. 176-177)-. Ambas interpretaciones, creo que, son sólo parcialmente ciertas. Utopía es una sátira política, pero también una obra alegórica y romántica. Pretende, como las sátiras de Horacio , “decir la verdad a través de la risa”, o, al igual que “la Historia verdadera” de Luciano, “no solamente ser ingeniosa y entretenida, sino también decir algo interesante”. La utopía puede ser idealista o práctica, pero el concepto ha adquirido una fuerte connotación de perfección optimista, idealista e imposible. Desde entonces, se ha empleado el término Utopía para describir tanto obras de ficción que presentan las ideas de un autor respecto a la manera en que una sociedad se debe organizar mejor, como en comunidades fundadas para poner en práctica tales teorías.
2.2 LA CIUDAD DEL SOL. CAMPANELLA: UNA NUEVA TEOCRACIA
La Ciudad del Sol se inscribe en la tradición utópica que había establecido Moro, sin olvidar tampoco los precedentes clásicos de Platón y Aristóteles. Campanella escribió la primera versión de esta obra seguramente hacia 1602, preso en una cárcel napolitana después de la conjura calabresa de 1599 contra el dominio español. El texto definitivo pudo quedar fijado hacia 1623, cuando comenzó la difusión manuscrita. La ciudad del Sol, que se inscribe en el grupo de las utopías renacentistas como Utopía, de Tomás Moro, o la Nueva Atlántida, de Francis Bacon, en el cual se reflejan las creencias mágico-astrológicas del autor junto a sus aspiraciones de renovación. En La ciudad del Sol dialogan el gran maestre de la orden de los hospitalarios con un almirante genovés que ha descubierto la ciudad del Sol en Trapobana, Ceilán; durante la conversación se describe una visión utópica del estado en la misma línea que la polis ideal platónica. (Campanella, T.: La Ciudad del Sol, Prólogo, Traducción y notas, Miguel Ángel A. Granada Ed. Tecnos, Madrid 2007 págs. XI-XX.). La filosofía de Campanella provenía en gran parte de las tesis de Telesio y Bruno , el naturalismo del primero y la naturaleza animada del segundo son tomadas para construir un gran engranaje político-religioso, que haga posible una gran reforma del cristianismo como unificador de todo el género humano dentro de una misma teocracia. Todo esto está expresado en la Ciudad del Sol y representado por el sumo sacerdote, cabeza política, científico y metafísico, -Hoh-. Para Campanella el conocimiento científico debe estar unido al poder político, dándole un sentido metafísico. Así, la obra podía entenderse entre la teoría y la práctica política.
Aterrizando en la obra en sí, la ciudad se alza sobre una colina y se encuentra dividida por siete círculos inmensos que reciben su nombre de los siete planetas. Estos círculos son las murallas en las que se representan las imágenes y símbolos de todos los acontecimientos del mundo. En el exterior del último círculo aparecen los inventores de las ciencias, las leyes y las armas, y, en un lugar destacado, Jesucristo y los doce apóstoles. En la cima hay un templo redondo. En éste habita el Metafísico, Hoh, la cabeza de la ciudad, en el que Campanella crea así la figura de un filósofo-mago-científico-sacerdote que domina todos los saberes y se ocupa tanto de los asuntos temporales como espirituales- “El jefe supremo es un sacerdote, al que en su idioma designan con el nombre de Hoh; en el nuestro, le llamaríamos Metafísico. Se halla al frente de todas las cosas temporales y espirituales”. (La Ciudad del Sol.pág.9). Configurando un ejemplo de su propia experiencia filosófica, llena de elementos tan cercanos a la nueva ciencia como de otros ligados a la tradición mágico-hermética del Renacimiento, pues para él todas las ciencias sirven a la magia en su búsqueda para captar el ritmo secreto de las cosas. La ciudad es un mandala vivo, y por lo tanto un talismán e instrumento mágico que toca a la totalidad de los pobladores que viven allí, es decir al ser humano individual –y a todos los hombres– en su integridad. Esta mezcla de elementos heterogéneos -filosofía, magia, ciencia- no es tan extraña como en principio puede parecernos, pues «magia y ciencia constituyen, en los umbrales de la modernidad, una maraña difícil de desentrañar» . Le asisten tres príncipes denominados Pon, Sin y Mor que significan Poder, Sabiduría y Amor. El Poder tiene a su cargo lo relativo a la guerra y la paz, la Sabiduría se encarga de las artes liberales y las escuelas, y el Amor se ocupa del matrimonio y la procreación. Los habitantes de la ciudad oran a Jesús, ensalzan a Ptolomeo y admiran a Copérnico, pero protestan contra Aristóteles al que llaman pedante -“Por eso odian en este punto a Aristóteles a quién llaman lógico y no filósofo. Y de las anomalías de los movimientos celestes extraen muchos argumentos contra la eternidad del mundo” (La Ciudad del Sol. Pág. 78)-ya que éste defendía que la sustancia del mundo era eterna, contraria a las posiciones del cristianismo-“Creen que es absolutamente cierto la PROFECIA DE JESUCRISTO, acerca de las señales en el Sol…y a los cuales el fin del mundo cogerá cual ladrón en la noche. Así pues, están a la espera de la renovación del mundo y quizá también de su final (La Ciudad del Sol. Pág.77).Todos, naturalmente, profesan la filosofía de Campanella, y esperan al Mesías. Finalmente, admiten que en el mundo hay una gran corrupción y que los hombres se comportan locamente y no con razón, y que los buenos sufren y los malos mandan: “Ellos reconocen abiertamente que una gran corrupción se va abriendo paso en el mundo y que los hombres no están gobernados por verdaderas razones superiores, que los buenos son atormentados y tienen mala reputación, que imperan los malos…esta ostentación de ser lo que realmente no son, a saber: reyes, sabios, esforzados, santos” (La Ciudad del Sol págs. 86-87).
La magia y la astrología han estado presentes en la historia del pensamiento desde la Antigüedad y adquirieron un apogeo especial durante el período helenístico y el Renacimiento. Se creía que el microcosmos era un reflejo del macrocosmos y desde esta perspectiva se defendían teorías astrológicas, animistas, alquimistas y pampsiquistas. La idea del dominio de la naturaleza por parte de la ciencia tiene raíces mágicas y se puede encontrar incluso en pensadores como Francis Bacon . Aunque la revolución científica que tuvo lugar en el Renacimiento acabó con la concepción mágica del mundo, sus primeros impulsos se originaron en el mismo contexto que la magia y supuso el caldo de cultivo de la ciencia moderna. Podemos observar esta vertiente, incluso en la procreación de la prole, al objeto de que éstos tengan un horóscopo favorable, la cual está sujeta al control del estado, regida por conocimientos astrológicos – “ la hora la establecen los Astrólogos y el Médico, que se esfuerzan por coger el momento en que Venus y Mercurio, saliendo antes que el Sol, se encuentra en una casa benigna con buen aspecto por parte de Júpiter y lo mismo de de Saturno y Marte… de los cuales depende la raíz de la fuerza vital y de la fortuna por la armonía del todo y las partes del universo.” (La Ciudad del Sol págs.31-32)- . Heredero de Marsilio Ficino , los planetas tenían para él una influencia extraordinaria no sólo sobre la psiqué humana sino sobre todas las cosas y en todo tiempo y lugar, ya que constituían la cosmización permanente del Universo que era visto como un animal gigantesco, que tal como el hombre poseía cuerpo y alma o sea que estaba animado perpetuamente y no podía repetirse, puesto que cada una de las variables posibles era una singularidad propia de su manifestación.
Podemos decir, que es una obra profundamente utópica, un desahogo/sueño que también está impregnado de reflexiones filosóficas, típicas de la época renacentista en la que fue escrita. Hay que tener en cuenta que Campanella la compuso mientras estaba detenido en la cárcel por revolucionario, ya que estaba muy interesado en los temas políticos de su época. La Ciudad del Sol es también una expresión de su ideología política. En él expone sus ideas de perfecto estado bajo el gobierno de unos Reyes/filósofos muy cultos y culturalmente abiertos.-”No obstante, nadie alcanza la dignidad de Hoh a menos que conozca la historia de todas las naciones , los ritos, los sacrificios, leyes, las diferentes repúblicas y monarquías….Ahora bien debe sobresalir por encima de todo en metafísica y teología, conocer perfectamente las raíces, los fundamentos y demostraciones….Conviene también que se haya aplicado al estudio de los profetas y de la astrología”( La Ciudad del Sol pág.21).-. Los solares (los habitantes de la Ciudad), en cuanto a la posibilidad de que un sabio de este tipo sepa gobernar, piensan que tal vez no sea algunas veces muy eficiente, “aunque jamás será tirano, o cruel, o perverso.” (La Ciudad del Sol pág.23). A continuación se explica que estos sabios metafísicos que llegan a poseer el título de Sol, no tienen que ver con los literales que han aprendido de memoria a Aristóteles, o a este o aquel autor, desarrollando “un intelecto servil y libresco que empobrece el alma” y que más bien es ignorancia, aunque esto no sucede a los que son de mente despejada y rápida que han sido entrenados para pensar por sí mismos, pero se aclara que "no se interesa por conocer las lenguas pues tiene intérpretes"(La Ciudad del Sol págs. 23-24).
En general, se basa en muchas de las ideas de la República de Platón. Primero la Comunidad de bienes, de los hijos y de las mujeres. Pero no sólo entre los gobernantes filósofos sino para todos los estamentos de la sociedad. Campanella argumenta como Platón que la propiedad privada vuelve al hombre mezquino y la comunidad de bienes, en cambio, hace que todos se preocupen por todo. La sociedad es igualitaria, practican la comunidad de bienes y de mujeres eliminando de esta manera el dinero propio y la familia, fuentes del egoísmo- “Dicen que toda propiedad nace y se fomenta por el hecho de que tenemos cada uno domicilios propios y separados, hijos y mujeres propios…Ahora bien, una vez hemos perdido el amor propio, solamente queda el amor a la comunidad” (La Ciudad del Sol p. 16)- que, una vez eliminadas, conducen a la desaparición de los crímenes y la violencia. Campanella ejemplifica el ideal platónico: el gobernante de la ciudad debe ser el filósofo, el sabio de conocimiento universal que nada ignora:”considera deshonroso ignorar cualquier cosa que los hombres puedan saber.”(La Ciudad del Sol p. 65). Segundo la Eugenesia, donde Campanella pone en boca del genovés lo siguiente: “Se ríen de nosotros que nos preocupemos solícitamente de la reproducción de los perros y de los caballos y nos descuidamos en cambio la humana”. (La Ciudad del Sol p.15) Los gobernantes filósofos establecerán cuáles son las parejas más apropiadas y el día que deben llevar a cabo el coito. Platón proponía que para evitar revueltas de los menos agraciados se engañara a la población haciéndoles pensar que los emparejamientos eran el fruto de un sorteo y no un plan del gobernante (La República de Platón (V, 459 a-b). Campanella admite como válido el sistema del sorteo para que los feos no estén hartos de que siempre les toque con las feas, aunque, dice Campanella, “en La ciudad del sol no hay fealdad” (La Ciudad del Sol p.36). Tercero, poetas fuera., ya que para ambos, mienten mucho los poetas. Por lo tanto, los artistas que no sirvan a la verdad del Estado serán expulsados fuera de la ciudad.”No puede ejercer el oficio de poeta quién forja mentiras y señalan que esa licencia trae consigo la ruina del mundo humano porque priva del premio de la virtud y lo conceden a otros, frecuentemente viciosos, por causa del miedo o de la adulación, por ambición y avaricia”. (La Ciudad del Sol p.74). Mientras que, la diferencia principal con Platón reside en la valoración del trabajo manual. Para Platón el trabajo no dignifica sino que es asunto de esclavos, mientras que para Campanella el trabajo manual, debe ser parte imprescindible de una correcta educación pues el ocio es la madre de todos los vicios. Además, si todos hacen su parte no habrá que trabajar más de cuatro horas diarias quedando el resto del tiempo para el ocio: música, juegos, libros...”En cambio, en la ciudad del Sol, como las distintas funciones, las artes, los trabajos y las fatigas se reparten entre todos, apenas tiene que trabajar cada uno más de cuatro horas al día; y se puede pasar el resto del tiempo aprendiendo alegremente, discutiendo, leyendo, contando historias, escribiendo paseando, ejerciendo el ingenio y el cuerpo, y todo con gozo” (La Ciudad del Sol p 39-40).
Y sigue explicando Campanella puntillosamente las condiciones de su ciudad del Sol, de las que hemos señalado algunas de las características a nuestro entender más relevantes, siendo imposible por las dimensiones de este trabajo, explayarnos en cada uno de los temas que toca, aunque destaca la guerra, la salud, la política, la moral, todas ellas derivadas de la organización cosmogónica. Los oficiales y los jefes dependen de un príncipe llamado Sabiduría (uno de los tres mencionados anteriormente) menos el Metafísico que es el Sol, y se reúnen durante la luna nueva y la llena para tratar los asuntos de la ciudad, etc. etc.
Por lo que aquí, podemos observar aún más que en la Utopía de Moro, es el carácter uniformador de la sociedad propuesta por Campanella, de la que está excluida toda individualidad. No hay morada propia, comidas propias, familia, ni propiedad, ni fe libre. Todo ha de regularse sin contradicción por el único y eterno orden ideal de los principios. El problema radica en encontrar la segura vía para llegar a aquel recto orden. ¿Quién nos garantiza que estamos en posesión de una visión del mundo sub specie aeterni, tal como aquí se supone? Por lo que a él se refiere, fundamenta su ideal en el mandato de la razón y en las leyes de la naturaleza imaginando una sociedad comunista tanto en lo referente al régimen de la propiedad como en la pertenencia de mujeres e hijos. Por lo que su doctrina filosófica admite la impotencia del conocimiento sensible para conocer la realidad exterior, pero admite la importancia del conocimiento interno para experimentarse tal y como uno es. Al modo de San Agustín, la existencia de Dios se deduce de la existencia de su idea en el hombre, que por su perfección no puede ser un producto nuestro. En su Civitas Solis describió una utopía en la que la Iglesia Católica domina todos los órdenes de la vida. Con solo ponernos a pensar en las vías de realización de aquel único orden soñado, vemos al punto las dificultades que encierra la puesta en vigor de semejante ideal.
2.3 EL PRINCIPE DE MAQUIAVELO Ó LA RAZÓN DE ESTADO.
Maquiavelo escribe El príncipe con la esperanza de llamar la atención de Lorenzo de Medici -“Así pues deseándome ofrecerme a vuestra Magnificencia con un testimonio que pruebe mi acatamiento…” (Pág. 27 El Príncipe) - y convencerlo de que era un hombre cuyos talentos podrían serle útiles. ¿Cuáles son las muestras de sabiduría que el florentino regala a Lorenzo de Medici? En primer lugar, las formas para adquirir y conservar los dominios. Maquiavelo va concentrando su atención de su análisis desde los principados hereditario, pasando por los mixtos, hasta llegar a su foco de atención: los nuevos principados. El príncipe no es un libro sobre el principado sino un libro sobre el nuevo príncipe. El nuevo príncipe ilustra nítidamente la naturaleza de las cosas políticas. Los príncipes que reciben el poder como herencia son poco relevantes para la teoría política. La herencia estructura lealtades que facilitan la conservación del reino. Sin embargo, los nuevos dominios colocan al príncipe ante el máximo reto. La creación política. El innovador es el constructor de su propia legitimidad, por lo que la gran originalidad de Maquiavelo es la del estudiante de la política deslegitimada -“Y se debe considerar que no hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa que manejar, que convertirse en jefe para introducir nuevos estatutos. Pues el introducir…” (El Príncipe. Págs.51-52)- . En El Príncipe se complementan de forma extraordinaria el creador literario, el investigador histórico y el analista político. Maquiavelo se sumerge en los hechos, que vive intensamente los acontecimientos políticos de su época, no riñe con el observador que luego los mide y los confronta con su visión del Estado y de la naturaleza humana, simplemente expone lo compleja que es la realidad.
El mayor anhelo de Maquiavelo era ver unificada la península itálica bajo la forma de un gobierno republicano con sede en Florencia y así volver al esplendor de la antigua Roma-” Acometa, pues, Vuestra Ilustre Casa este asunto, con el ánimo y con la esperanza con que se acometen las empresas justas; a fin de que bajo su bandera, nuestra patria sea ennoblecida y bajo sus auspicios se verifique aquella predicción de Petrarca…” . Tanto en la obra “El Príncipe”, como anteriormente “Discurso sobre la primera década de Tito Livio”, Maquiavelo contempla siempre apasionadamente la vida política, no desde el punto de vista de los diversos partidos y grupos, sino desde la perspectiva general del estado: el interés de éste, no el de los particulares, constituye el punto de partida maquiavelista. El autor aprueba así la lucha entre los plebeyos y patricios en Roma, no porque considere justo que se deje a cada cual expresar sus opiniones, sino porque juzga que dichas luchas fueron la primera causa de la libertad y la grandeza de la República, valorándolas por su efecto benéfico para el Estado, y no basado en un principio de derecho individual: “Le era, pues, necesario a Moisés encontrar al pueblo de Israel, en Egipto, esclavo y oprimido por lo egipcios, a fin de que aquellos para salir de la esclavitud, se dispusieran a seguirle….Era necesario que Ciro encontrara a los persas descontentos del imperio de los medos…”(Pág. 27 El Príncipe.)
Es indiscutible que Maquiavelo no es un teórico de la paz, sino de la guerra “Un príncipe, pues, no debe tener otro objetivo ni otro pensamiento, ni cultivar otro arte más que la guerra, el orden y la disciplina de los ejércitos, porque éste es el único arte que se espera ver ejercido por el que manda” (Pág. 93 el Príncipe). La cuestión le preocupó tanto que volvió sobre ella una y otra vez en sus escritos, incluso le dedicó un tratado monográfico: Del arte de la guerra . Semejante preocupación no es de extrañar en alguien que conoció tantas guerras y revueltas como las que se sucedieron en la península italiana durante su vida. La guerra se le impuso con tal contundencia que tuvo que reflexionar sobre ella y la pensó como un acontecimiento ineliminable de la vida social, lo cual es mucho decir pues, a sus ojos, la vida de los seres humanos sólo transcurre en sociedad. Su fuente de información fue la historia de los acontecimientos pasados tal y como fueron narrados por los clásicos y la experiencia de los tiempos presentes, de tal forma que aconseja al Príncipe, casi con la frase “Si vis pacem, para bellum”, o sea “Si quieres la paz, prepara la guerra”, de los romanos. Ahora bien, que la guerra sea connatural a los seres humanos en sociedad no le llevó a la resignación ante ello, sino al intento de racionalizarla para acotarla y someterla en lo posible a las necesidades políticas. Maquiavelo tampoco se puede considerar como un teórico de la racionalidad sustantiva que atiende y dirime de forma coordinada sobre fines y medios, sino de la racionalidad instrumental más extrema, esa cuyo espíritu se recoge en el lema “el fin justifica los medios”. Sin embargo, esta es una apreciación incorrecta por parcial y deudora de una interpretación del pensamiento maquiaveliano realizada a la sola luz de El príncipe y sin tener en cuenta su gran tratado político: Los discursos sobre la primera década de Tito Livio. De este modo se entiende que tantos lectores de Maquiavelo hayan perdido en demasiadas ocasiones su marco ideológico de referencia: el republicanismo.
En esta obra se plantea una necesidad de cambio en la política de gobierno de Lorenzo de Médicis, el cual para conseguir una Italia unida, debería seguir los consejos de los 26 capítulos de “El Príncipe”. Los cambios que propuso son extraídos de la observación y se deberían basar en realidades. “El príncipe sería un libro para el pueblo, para que el pueblo supiese elegir sus destinos en torno a una figura política «utópica» que, más que un sujeto realmente-existente, habría de constituir un catalizador ideológico; haciendo a su príncipe, el pueblo puesto imaginariamente bajo su mando se hace uno, sentándose con ello las bases para un Estado nacional moderno”. http://www.filosofia.net/materiales/articulos/a_20.html.

Su tiempo histórico es real y corresponde al proceso de transito de la Europa medieval a los tiempos modernos, sobre cuyas bases surgió posteriormente el modelo capitalista de organización de la economía. La libertad mental conquistada por el hombre del Renacimiento -“Dios no quiere hacerlo todo, para no quitarnos el libre albedrío y parte de la gloria que nos corresponde” (El Príncipe. Pág.150)-y que lo apartaba de dogmas para enfrentar de manera más creadora la realidad material, representa el nuevo espíritu con el que la burguesía ascendente organizó las relaciones sociales en la Europa de los siglos XIV, XV, XVI.
La realidad se confronta a partir de la razón y de la experiencia concreta con el mundo, desmitificando el método escolástico. Maquiavelo constituye desde esa perspectiva una de las síntesis mas reveladoras del nuevo espíritu burgués, caracterizado esencialmente por una mentalidad profana e inquisitiva y para el cual la realidad inmediata y sensible es la fuente del conocimiento. Bajo el impulso de ese nuevo espíritu, Maquiavelo logró intuir que los valores y la moral tradicional cimentados por la iglesia católica no se ajustaban al mundo cambiante e inestable que surgía en la Europa renacentista -“Meditando con los pueblos antiguos fueron más amantes de la libertad que lo actuales, creo procede del mismo motivo que hace ahora a los hombres menos fuertes, cual es la diferencia de educación, fundada en la diferencia de religión -. La edad media había creado en Europa un sinnúmero de principados feudales fraccionados y dispersos. Todos ellos operaban como factores adversos a la necesidad de centralización del poder requerido por las nuevas clases sociales en su camino de expansión comercial. La amplia experiencia acumulada por Maquiavelo en las cortes europeas como representante de la cancillería florentina, su contacto con príncipes y su observación de las decisiones gubernamentales, le ofrecieron una visión excepcional sobre el carácter de los hombres de Estado y los alcances de sus actos políticos. Con el tiempo Maquiavelo colocó este juicio en el autentico corazón de su análisis sobre el caudillaje político en El Príncipe. Nadie en muchos siglos se había aproximado a develar la naturaleza del poder en forma tan realista y desnuda como Nicolás Maquiavelo: “La naturaleza de los hombres es obligarse unos a otros, tanto por lo beneficios que conceden como por los que reciben. De ahí que, si se considera todo bien, no le sea difícil a un príncipe prudente, desde el comienzo hasta el final de un asedio, tener inclinados a su persona los ánimos de sus conciudadanos, cuando no les falte de qué vivir ni con qué defenderse” (El Príncipe. Pág.77), podríamos decir, que hay que genera necesidades comunes, para generar esfuerzos comunes. Por ello la obra “El Príncipe” es considerado como texto fundador de la ciencia política, aunque hoy en día esta disciplina se ha desarrollado mucho más allá de aquellas recomendaciones. La idea que suele haber de Maquiavelo y su libro leído, es la del cinismo como actitud indispensable en las tareas del gobierno. Pero lo fundamental de esta obra de Maquiavelo, es que se inserta en una nueva visión de la historia y de su movimiento. La mente griega y romana no veía en el futuro una expectativa de cambio. Los ciclos que regían la historia eran una negación de ese cambio, la recurrencia obedecía al patrón del eterno retorno. El cristianismo veía también el tiempo organizado en torno a las acciones que realizaba un agente divino. Pero, a fin de cuentas, el significado de tales acciones residía fuera del tiempo, en su dimensión de eternidad. Por lo que la historia, adquiría su significado a través de la escatología, como tenemos en San Agustín quién separó la civitas terrena de la civitas dei , lo que significaba sustraer a la historia secular de cualquier interpretación escatológica. Esa es una de las rupturas más importantes que se expresan en Maquiavelo. La ruptura de una visión del tiempo y de la historia. En la antigüedad clásica y en el pensamiento medieval existe un agente supremo de la vida histórica. La diosa fortuna de los griegos o el Dios del cristianismo. Es en el Renacimiento cuando la idea de fortuna adquiere una nueva dimensión. Se convierte en la imagen de la inseguridad esencial de la vida política – “Qué ningún Estado crea poder nunca tomar una resolución segura, antes bien piense que ha de tomarla más que dudosa; porque es conforme al ordinario curso de las cosas que no trate uno de evitar nunca un inconveniente sin caer en otro; la prudencia consiste en saber conocer la calidad de los inconvenientes y tomar por bueno el menos malo” (Pág. 13. El Príncipe).

Como una rueda, de repente sube, de repente baja. La fortuna descompone el cosmos. No existe esa jerarquía universal que encadena todas las cosas en un patrón lógicamente diseñado. El movimiento es la condición del mundo. No hay reposo posible. Todo cambia. La sabiduría política parte, precisamente, de la aceptación de esa dinámica imparable – “Creo también que es feliz aquel que armoniza su modo proceder con la calidad de las circunstancias, y de la misma manera que es infeliz aquel cuyo proceder está en discordia con los tiempos.” (El Príncipe Pág.145). Si Maquiavelo deja de hacerse la vieja pregunta sobre la autoridad legítima y empieza a preguntarse sobre las fórmulas eficaces para el ejercicio del poder, es porque reconoce que la autoridad legítima es, a fin de cuentas inestable. La historia es fugitiva, por lo que no puede aspirarse a una edificación eterna. La rueda de la fortuna es el símbolo de estos cambios. Expresa la repetición y también la sorpresa. Si uno conoce el pasado puede anticipar hasta cierto punto lo que puede venir. Pero nunca con plena certeza.

Hay que suponer que los hombres son malos y están dispuestos a demostrarlo si la ocasión se presenta. La ciencia política es, antes que nada, una antropología. No se actúa sobre los hombres, sólo se puede pretender controlar las cosas, las circunstancias y las armas. La maldad no es sólo la carencia de bondad o su opuesto, es, más bien, la amoralidad y la imprevisibilidad de todo hombre. Éste es avaro, insaciable, vindicativo, temeroso, cobarde, sometido, ciego a sus propios motivos, incapaz de racionalizar sus fines. Es el profundo desprecio hacia la concepción humana, motivadas por una situación política controvertida y por una visión personal del mundo y de los hombres totalmente pesimista. Así se observa en muchas de sus frases: según él el hombre no es bueno “…porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son” (El Príncipe Pág.98), describe las cualidades de los hombres “…se pude decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces los favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te vuelve encima vuelven la cara…” (El Príncipe Pág104).
El florentino consideraba la identidad de la naturaleza humana como algo prácticamente inmutable con los mismos comportamientos y respondiendo a idénticos estímulos de igual manera. Por lo que habría que preguntarse si, ¿el hombre es inmutable en sus concepciones morales, o éstas se pueden ver modificadas por diversos factores, que como él indica estarían sujetas a modificaciones del devenir histórico y de la propia voluntad del hombre?
La innovación de “El Príncipe” no se trata pues del tema, sino del contenido y del método de análisis: es una reflexión teórica que indaga rigurosamente la realidad tal como es y no como -moral e idealmente- nos imaginamos que debería ser- “Muchos han imaginado Repúblicas y principados que nunca vieron ni existieron en realidad. Hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que el que deja el estudio de lo que se hace para estudiar lo que debería hacer, aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella..”(El Príncipe Pág.98).Los problemas que afronta Maquiavelo no son problemas abstractos que se ponen en el plano de las categorías universales (moral, religión…) sino problemas unidos a la solución de una situación política concreta. Por esto “El Príncipe” se centra en la figura del príncipe nuevo como la única que pueda deshacer de manera adecuada la compleja trama de la crisis italiana. Por lo tanto el Estado, es la única fuerza sobre la que apoyarse, y el hombre (malvado por naturaleza, sin ninguna virtud sobre la que alzarse) se reduce a ser “ciudadano”, un simple “animal político”, al cual se puede juzgar por su grado de sociabilidad y por sus virtudes cívicas. La obra de Maquiavelo es por tanto, una teoría del Estado, es decir, de las formas de organización que permiten al hombre -venciendo su egoísmo instintivo- vivir en sociedad, vivir sin que el bueno pueda ser aplastado por el malo. De ahí su insistencia en el término “virtud” ya que le da un nuevo significado con una nueva carga moral -vitalidad, energía…-. Esta virtud es la que distingue al verdadero hombre, al ciudadano, al hombre de estado, al príncipe, en definitiva.
Maquiavelo, resalta la diferencia entre tirano y príncipe, considerando tirano al que gobierna en beneficio propio y príncipe el que lo hace buscando los intereses del estado y de la colectividad –“Sin embargo no se puede llamar valor a matar a sus conciudadanos, traicionar a los amigos, y carecer de fé, de humanidad y de la religión; estos medios pueden llevar a adquirir el imperio, pero no la gloria” (El Príncipe Pág.66).-. Por eso aconseja la violencia, la crueldad… pero solo cuando sean necesarias y en la medida en la que sean necesarias. El príncipe antes de ser gobernante ha sido hombre, y como todos los hombres es malvado, egoísta, voluble etc.; pero ha sabido, en el momento adecuado, adaptarse a la situación que le exige erigirse como líder para dejar de ser un simple ciudadano. El hombre del pueblo no se preocupa por contener sus emociones y sus pulsiones, es “libre” de actuar en función a sus propias necesidades, y por eso puede ser juzgado por su grado de sociabilidad y sus virtudes cívicas. Sin embargo el gobernante está atado a la moral publica que le exige una forma de comportamiento muy estricta, de la cual no le esta permitido salirse. Posiblemente en muchas ocasiones, por ser también hombre, tenga la necesidad de transgredir sus propias leyes: ahí es cuando surge el dilema, y es donde tiene que prevalecer el interés público al privado para no caer en la tentación de anteponer sus prevalencias a las del pueblo. La persona que ha decidido tomar la iniciativa de llevar un pueblo, debe saber a lo que se expone, a lo que tiene que renunciar para ser un buen gobernante. Si no esta dispuesto a ello no debería plantearse ningún dilema, y podría seguir siendo un ciudadano más, un hombre común que lleva a cabo sus intereses sin intervenir en los de los demás
Finalmente nos encontramos con los capítulos más difundidos y peor comprendidos de su obra, aquellos que vulgarmente sustentan el sentido negativo dado a términos como “maquiavelismo” o “maquiavélico”. Con ellos se pretende adjetivar el uso del poder político ejercido sin el freno de escrúpulos morales, donde todo es considerado válido para la consecución de un fin determinado. Tal interpretación está fundada en simplificar el pensamiento político de Maquiavelo a la literalidad expresada en frases tales como que el príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los que difícilmente se pueda salvar el Estado (cap. XVI),…un príncipe (debe) despreocuparse de la infamia de cruel (cap. XVII),…cuando se halle necesitado, para mantener el Estado, puede obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión (cap. XVIII). Pero estos capítulos, pese a su exitosa mala divulgación, no son todo El Príncipe, y no es correcto aislarlos del conjunto de la obra. Si hacemos un breve análisis de su texto podemos inferir que el tema dominante es el de la regeneración de un organismo político corrupto, o como expresa el autor en el cap. XXVI, su redención mediante la introducción de un orden nuevo por un príncipe nuevo. Ese príncipe que llega a ser tal, por propia virtud.
2.4 LA EDUCACIÓN DEL PRINCIPE CRISTIANO: ERASMO DE ROTTERDAM.
Institutio Principis Christiani (Educación del príncipe cristiano), fue escrita en 1516 por Erasmo para responder al encargo que el Canciller de Brabante, preceptor del príncipe Carlos, le había hecho en la primavera de 1515 al tiempo que le nombra consejero del futuro emperador, por lo que se la dedicó “al Ilustrísimo Príncipe Don Carlos, nieto del invictísimo César Maximiliano” (Erasmo de Rotterdam. Educación del príncipe cristiano. Pág. 3.), destinada a adoctrinar a su augusto destinatario, poniéndole “delante de los ojos el tipo de un íntegro y verdadero príncipe” .Ante ello, siente la necesidad de orientar al gobernante cristiano –“Más filósofo no es éste que conoce a fondo la dialéctica o la física, sino el que, despreciadas las falsas apariencias de las cosas e intacto su pecho, reconoce los verdaderos bienes y los sigues. Ser filósofo y ser cristiano no es diferente en los términos, pero en la realidad es lo mismo”- (Educación del príncipe cristiano. Pág. 26)- frente al príncipe maquiavélico, quien, mediante una razón de Estado abusiva, ofrece un directorio político astuto, amoral y pesimista, por lo que invita a que el rey sea también filósofo, sólo así aspirará al bien supremo y, por lo tanto, podrá ser un auténtico cristiano- “Ante todo y más profundamente ha de inculcarse en el ánimo del Príncipe que tenga la mejor opinión de Cristo... “(Educación del príncipe cristiano. Pág. 23)-. Para ello Erasmo trataba en sucesivos capítulos del nacimiento y educación del príncipe; de cómo la adulación debe ser evitada por él -“Conocido tenía esto Diógenes, si no me equivoco, quien preguntado <>, dijo: <> (Educación del príncipe cristiano. Pág. 86)-; de las artes y de la paz; de las gabelas y de los cobros injustos; de la beneficencia del príncipe; de las leyes nuevas o que deben reformarse; de la magistratura y de los cargos públicos; de las alianzas; de las afinidades de los príncipes; de las ocupaciones de los príncipes en la paz y de la declaración de guerra. La ley asoma, a través del capítulo De las leyes nuevas o que deben reformarse. Su título parece ya denotar que el autor aborda la materia no tanto por el interés que le ofrece el tema de la ley en sí -planteado por otros humanistas y varios teólogos-juristas del XVI-, sino por la importancia práctica que la reforma de las leyes revestía en la Europa del momento. “Pues del mismo modo que es peligroso renovar las leyes a ciegas, así también es necesario adecuarlas a la actual situación de la república tal como una cura se aplica según la complexión corporal. Algunas fueron establecidas saludablemente pero más saludablemente son abrogadas”. (Educación del príncipe cristiano. Pág.135)
La obra está atravesada por tres ideas clave: su decidida intención pedagógica, el humanismo evangélico que preside todo el tratado, y el pacifismo integral. Así, Erasmo se anticipa a los europeos, mostrando la sensibilidad del intelectual que, con la pluma en la mano, incita a no combatir. Su ideal fue únicamente ético: reforma gradual y pacífica de la Iglesia y la sociedad civil, hasta conseguir una sociedad humanizada, donde el hombre pudiera desarrollarse al máximo- “Aristóteles dice que el poder no consiste en tener súbditos, sino en saber darles el cometido adecuado. Y el poder del príncipe no consiste tanto en títulos, efigies o exacción fiscal como en el hecho de velar por el bien”. (Educación del príncipe cristiano. Pág. 68).
Erasmo, no fue un reformador religioso, como Lutero, ni quiso participar en discusiones teológicas. Fue un auténtico hombre de letras y, como humanista, un precursor de su época. Así, su ideal fue unir el pensamiento clásico –“Platón exige en el príncipe un carácter suave y sosegado…” (Educación del príncipe cristiano. Pág. 71) con la dimensión espiritual, el equilibrio pacificador con la fidelidad a la Iglesia- “El modelo ideal de buen gobierno debe tomarse de Dios y del que es Hombre y Dios, Cristo, de cuyos dogmas deberán derivarse principalmente los preceptos de un buen gobierno” (Educación del príncipe cristiano. Pág. 72). Condenó toda guerra, reclamó el conocimiento directo de las Sagradas Escrituras, exaltó al laicado y rehusó la pretensión del clero y de las órdenes religiosas de ostentar el monopolio de la virtud. La suya es una crítica moral de las crueldades y de las locuras cometidas con excesiva frecuencia por los gobernantes- “La república se altera con divisiones partidistas, se aflige por las guerras, todo está lleno de latrocinios, el pueblo es empujado al hambre y al dogal con impuestos excesivos. Los débiles son oprimidos por inocuos aristócratas, los magistrados corruptos no obran conforme al derecho, sino a su antojo y, en medio de todo esto, ¿puede divertirse un príncipe con juegos de azar como hombre ocioso?” (Educación del príncipe cristiano. Pág. 73).
Como queda dicho, Erasmo reprueba la guerra, la brutalidad y la mentira en nombre de la caridad cristiana iluminada por la sabiduría. Cuenta con la virtud cristiana del príncipe para proponer la imposición de los preceptos evangélicos como pautas en la vida pública y en la privada, como condiciones para asegurar el orden y la prosperidad social – “Si a un rey hebreo se le ordena aprender la ley que sólo transmitía figuras y sombras de justicia, ¡cuánto más conviene que un príncipe cristiano retenga y practique los preceptos evangélicos”.”Tu vida esta ante los ojos de todos, no puedes esconderte, es necesario que seas bueno para el bien de todos, o malo para la calamidad e todos” (Educación del príncipe cristiano. Pág. 48.y 34).Por eso, la Institutio es una pedagogía erasmista, pero lo más importante de todo es su consejo extremo: abandonar el cetro -el poder- antes que cometer una injusticia, es decir, que Erasmo se opone con fuerza a la idea de una soberanía sin límites. “No hay ningún Príncipe bueno, si no es buen hombre. Si puedes al mismo tiempo ser príncipe y hombre bueno, realiza tan bella función; pero si no, rechaza el principado ante que por su causa te conviertas en hombre malo”. (Erasmo de Rotterdam. Educación del príncipe cristiano. Pág. 79).
El preceptor debe utilizar diversos medios. Entre ellos, debe hacer un especial uso de de textos literarios pedagógicos (como las fábulas)-“Ya desde la infancia le introducirá en cuentos amenos, fábulas festivas, lindas parábolas, que después, cuando sea mayor, habrá de enseñarle con más austeridad.” (Educación del príncipe cristiano. Págs.21-22), evitando las lecturas sobre temas violentos, como las guerras o los conflictos, que puedan despertar la animosidad del futuro gobernante. En definitiva, Erasmo pretende convertir al gobernante en un “filósofo”, tal como había planteado Platón, pero con la diferencia de que el fundamento de la verdadera sabiduría es la moral cristiana, no el conocimiento técnico ni la retórica. El método pedagógico erasmiano tiene como objetivo impregnar la vida del príncipe con el espíritu del Evangelio. La pedagogía humanista del Renacimiento, tuvo en Erasmo de Rotterdam, al ideólogo que posibilita desde su obra, acercarnos al referente conceptual del concepto “formación”. Él expresa un ideario en el que antropológicamente el ser humano es el centro: el hombre que se hace hombre, en el desarrollo de su naturaleza espiritual y, para lo cual, necesita el conocimiento de las palabras y las cosas.- “En efecto no es más feliz el que vivió más tiempo, sino el que vivió más honradamente. La longevidad debe ser valorada por los hechos rectos, no por lo años. Nada interesa para le felicidad del hombre que viva mucho, sino que viva bien.”( Educación del príncipe cristiano. Pág. 25).
En su ideario de educación, Erasmo concibe dos postulados fundamentales: la noción de educabilidad y la vocación. La educabilidad entendida como una condición de la persona de docilidad y propensión, está enraizada en la condición humana, por cuanto la naturaleza humana es susceptible de un ordenamiento racional y es un elemento de operatividad- “Puesto que no existe ningún animal tan salvaje o tan cruel, que no sea domesticado por el cuidado y la aplicación del domador, ¿por qué debe considerarse algún carácter humano tan agreste y tan desesperado que no pueda mitigarse con una instrucción adecuada?” (Educación del príncipe cristiano. Pág.20) - y, la vocación, que es producto de un conjunto de rasgos individuales. Este insigne renacentista planteó que la educación y la crianza, son los recursos que hacen de todo individuo, la condición para que no degenere su natural condición- “que nazca de buena índole se debe al cielo; pero que el príncipe biennacido no degenere, o que el que nació no muy a derechas quede mejorado por la educación y crianza que se le dé, es cosa que en gran parte depende de nosotros” (Educación del príncipe cristiano. Pág.13) -, con lo cual, nos proporciona un marco de referentes pedagógicos para comprender el ideario educativo de una época pródiga en pensamiento. La educación del príncipe no termina cuando accede al trono. Erasmo incide en las obligaciones que el gobernante debe asumir en el ejercicio de su poder. El príncipe debe tomarse en serio las obligaciones del cargo y actuar como tal -a imagen del Cristo crucificado-.
Respecto a la legitimidad y organización del poder, Erasmo sigue doctrinas tradicionales. Frente a la tesis luterana del origen divino del poder, Erasmo sostiene la tesis ciceroniana del origen natural de la sociedad y del poder, siendo este un medio del que se vale la sociedad para conseguir el bien público. -Es justo y legítimo el poder que busca el bien público –rey- e injusto el que no lo hace –tirano- (Educación del príncipe cristiano. Pág. 81.)-. En cuanto a la organización del poder, Erasmo mantiene la preferencia escolástica por la monarquía moderada-“Puesto que las formas de gobierno son muchas, es casi unánime el conceso de todos los filósofos acerca de que la más recomendable es la Monarquía y, ciertamente…”. (Educación del príncipe cristiano. Págs. 58-59).Contrariamente al tirano, explica que el príncipe cristiano ha de contar en su gobierno con órganos que puedan contribuir a incrementar su sabiduría: los consejos o ministerios. Erasmo, además, señala que para el correcto funcionamiento de los consejos es necesaria la completa libertad de expresión de sus integrantes –“Contrariamente al rey le resultan gratamente agradable los más sabios, con cuyos consejos puede ser ayudado y cuanto mejor es el rey, tanto más los aprecia, porque puede fiarse de ellos sin temor alguno, y ama a los amigos que le hablan con libertad, con cuyo trato se vuelve mejor” (Educación del príncipe cristiano. Pág.44)-. Y también que, no todos estamos capacitados para asumir puestos de relevancia. Se preguntaba Erasmo refiriéndose a la educación del Príncipe: “Si con tanto esmero los padres poco preparados educan a su hijo, destinado a recibir la herencia de un pequeño terruño, ¿con qué celo y preocupación conviene que sea educado aquel que se instruye para regir no solo una casa, sino a tantos pueblos, a tantas ciudades, o tal vez al mundo entero y que pueda causar una gran felicidad a todos, si resulta bueno, o una gran perdición, si sale malo?” (Educación del príncipe cristiano. Pág. 14). Pese a que el clima de opinión de la época defendía los asertos de una “guerra justa”, Erasmo representó los primeros intentos humanos de cuestionar el derecho divino de los reyes a emprender guerras. Abogaba por una renovación radical de la conciencia- “sepa que la propia virtud es un gran premio para uno mismo” (Educación del príncipe cristiano. Pág.25).
3. CONCLUSIONES O CONSIDERACIONES.
Desde que tenemos constancia de la existencia de producción escrita se nos habla de una época donde existió un tipo de sociedad donde el hombre vivía en condiciones consideradas idóneas o, cuando menos, mucho mejores que las que rodean al que realiza el relato. Esa primera utopía es una referencia que tiene como arquetipo a la Edad de Oro y nos remite a una época histórica ya pasada y casi siempre a un lugar muy alejado geográficamente o bien ya de ubicación desconocida para nosotros. El hombre occidental, siempre ha añorado un tiempo y lugar, donde ha supuesto que la vida ha sido mejor, que la que le ha tocado vivir. Así los griegos Sócrates y Platón se retrotraían a un tiempo pasado, esa Edad de Oro, donde el hombre vivía en armonía con la naturaleza y el cosmos. La característica de los filósofos griegos, a idealizar lo inmutable como en cuanto provisto de un valor superior a lo que varía, afectó todas sus especulaciones sociales. Creían en el ideal de un orden absoluto de la sociedad que, una vez establecido, no podía ser alterado, sino para empeorar. Invariabilidad que se muestra en lo político y social y que la encontramos también en lo que podría ser una de las claves del cambio, la educación “Los que cuidan de la ciudad han de esforzarse en esto, a saber: que la educación no se corrompa con conocimiento de ellos, por cuyo motivo la vigilancia será completa en bien de que no se produzca innovación alguna ni en la gimnasia ni en la música (...) Habrá de mantenerse la prevención con respecto a cualquier innovación en el canto al objeto de no echarlo todo a perder; porque, como dice Dainón, cuya opinión apruebo, no se puede modificar las reglas musicales sin alterar a la vez las más grandes leyes políticas”( Platón, La República. IV, 423 a/424 d.).0También la religión judeo-cristiana nos emplaza a un tiempo en su origen –El Eden- donde el hombre aún no había pecado –no había ido contra las normas de Dios-, de comer del árbol de la ciencia, es decir, el conocimiento sobre el bien y el mal”Y Jehovah Dios lo arrojó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado. Expulsó, pues, al hombre y puso querubines al oriente del jardín de Edén, y una espada incandescente que se movía en toda dirección, para guardar el camino al árbol de la vida” (Génesis 3:22 y 3:24.). Esta añoranza del hombre por tiempos remotos, dio como origen una inmovilidad en el presente, que imposibilitaba todo cambio social, que no estuviera regido por los designios del Cosmos -sociedad cosmocéntrica- o de la Providencia - sociedad teocéntrica-
El primer modelo de sociedad utópica lo debemos a Platón. En uno de sus diálogos más conocidos, La república, además de la defensa de una determinada concepción de la justicia, hallamos una detallada descripción de como seria el Estado ideal, es decir, el Estado justo (Platón. Diálogos IV. Págs.203-245). Platón, profundamente descontento con los sistemas políticos que se habían sucedido en Atenas, imagina como se organizaría un Estado que tuviese como objetivo el logro de la justicia y el bien social. Por otro lado, en el libro II de la “Política”, Aristóteles arremete contra las visiones utópicas de Platón y otros filósofos anteriores, sin privarse más adelante de proponer en la mencionada obra su ideal de sociedad política perfecta. Es la época en la que su discípulo Alejandro Magno funda la capital de su proyectado imperio cosmopolita desde Iberia a la India: Alejandría.
Es precisamente en el Renacimiento, donde el hombre se plantea de nuevo la posibilidad de mejorar la sociedad o condición del hombre. La sociedad del medievo, estaba fundamentada en un orden jerárquico y teocéntrico, por lo que los pensadores del siglo XV, se plantean una doble encrucijada: la supervivencia de la vida medieval y el Renacimiento de una nueva vida. El hombre que mejor representa a esta época en la que los individuos tienen conciencia de estar situados en los confines de dos mundos es Pico Della Mirandola . Se produce una situación en el límite de dos formas de vida, generando contradicciones -paganos y cristianos-. Pese a ello hay una clara conciencia de estar al final de un mundo y el comienzo de otro; esta conciencia es la que caracteriza a los hombres renacentistas. Hay también una supervivencia de la vida medieval, “pero el hecho de que los pensadores de esta época tengan clara conciencia de ello, es precisamente lo que produce distancias y separa de raíz el Medievo del Renacimiento” . La novedad y el carácter revolucionario del Renacimiento está en la actitud de los hombres ante el mundo, éste no es un lugar de paso, sino algo valioso y bello que el hombre puede transformar en su morada, siendo el hombre protagonista de su destino. La capacidad creadora del hombre hizo que muchos “filósofos renacentistas abandonaran el mundo medieval de Adán por el de Prometeo” (inventos de las artes y los instrumentos de la vida civil). El pensamiento renacentista rompe con la jerarquía universal de las cosas y sitúa al hombre como capaz de cambiar cualquier realidad enojosa y si sufre no es por decreto de la naturaleza o de Dios, sino por su falta de esfuerzo intelectual o manual, por su estupidez o por su perversidad. Esta concepción del hombre exige un espíritu de libertad que abarque todos los campos de la actividad humana y también especialmente la esfera del pensamiento. La libertad es una auténtica necesidad de los tiempos (S. XV y XVI) y no es nada sorprendente que se constituyese en el centro de la axiología renacentista como valor conductor a cuyo alrededor se ordenaron todas las demás .
Así a comienzos del siglo XVI, Tomás Moro escribió su Utopía para exponer los problemas de su tiempo y una posible mejor forma de gobierno. Erasmo escribió, en 1513, la Educación del Príncipe Cristiano resaltando la importancia de la pedagogía en el devenir político de una comunidad. Los dos autores convergen en torno a la educación. Moro plantea que son los sacerdotes de Utopía quienes inculcan en las mentes infantiles, «aún tiernas y maleables, sanos principios, útiles para la conservación del Estado» (Utopía pág. 165). Tres años antes, Erasmo ya había planteado que desde la cuna la mente del futuro príncipe, vacía y ruda, «deberá ser ocupada por saludables opiniones», para «evitar ser malo» y velar por el «bien común». (Educación del príncipe cristiano. Pág. 13)
En cuanto a la organización social, al haber alcanzado el bienestar general, los utopienses de Moro prescinden de la propiedad privada: « ¿Cómo es posible imaginar que alguien pida cosas que no necesita si está seguro de que nunca carecerá de nada?» (Utopía pág.10). Pero en la isla de Utopía el individuo vive bajo el despotismo del Estado. Y a pesar de que hay tolerancia de cultos, hay intolerancia política. "A los que se niegan a vivir con arreglo a las leyes utópicas, los expulsan de sus territorios y se los apropian. Si se resisten, les declaran la guerra". Como se ve, el control del Estado o republica, de todos los tiempos retoña hasta en los mejores sueños. Y eso no es todo. "Considérase delito capital hablar fuera del senado o de los comicios públicos sobre asuntos de interés común"(Utopía pág.90). La sociedad erasmista no requiere de leyes ni castigos: es émula del idealizado cristianismo primitivo. Erasmo adoptó caracteres utópicos al proponer un modelo ideal de gobernante, mediante la Educación del Príncipe cristiano, por lo que no es la búsqueda de un «no-lugar» sino la encarnación de un proyecto de educación político-cristiano. Los dos fundan sus propuestas en mundos inexistentes, no porque las crean inviables -muchas pueden serlo-, sino porque así se liberan de ser tachados de ingenuos productores de teorías inconducentes. El «no-lugar», como fue América, es la alteridad, la cartografía de lo posible. Y sólo una creación literaria, con personajes, sociedad y leyes, puede reflejar esta geografía, en la medida -y esto es esencial- que dialoga con su contexto histórico.
Con el desplazamiento del orden cosmológico teocéntrico del medioevo, la naturaleza del orden social y la seguridad dejaron de ser percibidos como productos de la voluntad de un Dios providencial y empezaron a ser pensados y tratados como construcciones sociales .La iglesia había adoptado la visión de San Agustín en la que la historia secular no obedecía a ningún significado escatológico, estando bien separadas la civitas dei de la civitas terrena. La iglesia se había arrogado la autoridad de ser la única mediadora entre ambas, y de esta forma había institucionalizado el nunc-stans. El proceso de progresiva secularización de la sociedad, así como la crítica a la inadecuación de las instituciones políticas y eclesiásticas que culminaron en la Reforma, exigían una nueva manera de plantearse el problema de la relación entre lo público y lo privado o, lo que es lo mismo, la cuestión de la articulación entre la esfera de la moral y la de la praxis política en la que la primera ha de tener lugar. La secularización de la sociedad europea no puso fin a la influencia de la religión en el pensamiento y la conducta humana. Más bien, delimitó su espacio de acción y creó un universo concebido y explicado por “dos verdades”: la verdad de la razón y la de la fe. En cualquier sociedad moderna, estas dimensiones aparecen combinadas y sobrepuestas. Europa, se puede argumentar, que la secularización tuvo como su base de apoyo inicial el proceso de diferenciación derivado del surgimiento y consolidación del Estado Moderno, como un ámbito de acción, que funciona dentro de una racionalidad propia, separada de la racionalidad religiosa que servía de sustento a las estructuras de poder medieval. Al mismo tiempo, la secularización de la sociedad europea se alimentó de las transformaciones culturales, económicas y científicas iniciadas con el Renacimiento y materializadas con la Ilustración. Estas transformaciones tuvieron como resultado la desacralización de las explicaciones de los fenómenos sociales y naturales que formaban parte del desarrollo histórico de Europa. http://www.uma.es/contrastes/pdfs/002/Contrastes002-16.pdf.
A pesar de de la coincidencia del Humanismo en su aspecto general de situar al hombre como responsable de su destino en la historia, hay que diferenciar el humanismo cristiano del noroeste europeo –Moro, Campanella y Erasmo- que produjo teorías e ideas políticas distintas, pues respondía a problemas diferentes a los de la Italia renacentista, de Nicolás Maquiavelo, en su obra el Príncipe. El bien común es, tanto en Moro, Campanella y Erasmo, la alternativa al creciente individualismo, moralmente intolerable. A la dislocación social y económica, a la avidez y a la ambición de los poderosos representados por la nobleza y el clero, ellos oponen la práctica de las virtudes cristianas. Frente a la guerra se insiste en la hermandad de todos los hombres” ¿Qué objeto tienen los tratados, como si los hombres no estuviesen ya lo bastante unidos por naturaleza?” (Utopía. Pág. 141). Es, sin embargo, la invocación de la razón de Estado la que produce un abismo ético entre Maquiavelo y los humanistas cristianos del Norte. El valor intelectual de su obra, considerando la época en que la escribe -comienzos del siglo XVI-, es expulsar de la política toda metafísica y cortar de una manera radical el vínculo entre la Ciudad de Dios y la Ciudad de los Hombres.

Estos planteamientos no cuadran con el universalismo del humanismo cristiano. Éstos sólo admiten la guerra, cuando se ejecute en beneficio de la comunidad y siempre que no se viole la justicia ni se pierdan vidas humanas, pues nada debe hacerse que pueda dañar la causa de la justicia, ni aun por el mejor de los motivos. Aquél, en cambio, lo sacrifica todo, la religión, la piedad, la fe, para conservar el Estado, es decir, subsume la ética individual a la razón de Estado. El pensamiento sobre el Estado y la sociedad de Erasmo de Rotterdam sigue el orden inverso a Maquiavelo, porque parte de imperativos morales y religiosos para definir reglas de acción- “Nada hay más saludable en lo humano que un monarca sabio y bueno; por el contrario nada puede existir más pestilente que un príncipe necio y malo…Contrariamente, no hay otro camino más breve ni eficaz para corregir las costumbres del pueblo, que la vida incorrupta del príncipe.”(Erasmo de Rotterdam. Educación del príncipe cristiano. Pág.34-35)-, emparentándose con los autores medievales aunque evite su influencia.
Parecería que “el Príncipe” es concebido por Maquiavelo como una víctima de su posición, obligado a comportarse de determinadas maneras debido a la maldad de los demás, dispuestos a condenarse con tal de cumplir con su deber y mantener en vida el Estado. Esa moral cruel que le aconseja al príncipe está en función del bienestar de los hombres, que no es posible sin la existencia de un estado ordenado y tranquilo, seguro de los enemigos externos y no “desordenado” por los enemigos internos. “Hay que comprender bien que un príncipe, y especialmente un príncipe nuevo, no puede observar todas aquellas cosas por las cuales los hombres son considerados buenos, ya que a menudo se ve obligado, para conservar el Estado, a obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Es menester que tenga el ánimo dispuesto a volverse según que los vientos de la fortuna y las variaciones de las cosas se lo exijan, y como dije más arriba, a no apartarse del bien, mientras pueda, sino a saber entrar en el mal, cuando hay necesidad” (El Príncipe Pág.109). Es decir, es necesaria una virtú del político -del príncipe-, que esté al margen de la moral del pueblo, de una virtud que es a la vez poder y virtuosismo. Es el genio del gran político capaz de explotar eso que Maquiavelo llama la <>, esto es, las circunstancias complejas y cambiantes. De mano de esta diosa caprichosa aparece el hombre como agente de la decisión política. Escribe John Pocock : “Afirmar la república, en consecuencia era romper la continuidad intemporal del universo jerárquico en momentos particulares: esos periodos de la historia en los que las repúblicas existían y que eran dignas de atención, y aquellos en donde nada relevante había sucedido y que en consecuencia, le aportaban poco valor o autoridad al presente. (..) La particularidad e historicidad de la república implicaba la particularización de la historia y su secularización; implicaba, también, el repudio de buena parte de ella como carente de valor”. También Erasmo exige al príncipe, renuncias, pero estas son enmarcadas en el ámbito religioso y dentro de la moral cristiana. ”Tu también debes tomar tu cruz o Cristo no te reconocerá. Me dirás: ¿Cuál es mi cruz? Te voy a responder: seguir el camino recto, no violentar a nadie, no expoliar a nadie, no vender ninguna magistratura, no dejarte sobornar.”(Erasmo de Rotterdam. Educación del príncipe cristiano. Pág. 32.)

A la hora de abordar las singularidades de las utopías socialmente perfectas, observamos, como lo hace Dahrendorf, en su libro Sociedad y libertad que las características que definen a la utopía pensada o cerrada, es decir, las de Tomás Moro o Campanella, que “estas adolecen de referencias a su origen, presentándose como modelos maduros y acabados, sin tener en cuenta la evolución y el progreso de la sociedad; que las sociedades utópicas perfectas suprimen las clases, aunque no las castas; que en las sociedades utópicas no caben las utopías y se da una completa ausencia de conflictos; que se presentan aisladas, en el espacio y en el tiempo, de las sociedades comunes e imperfectas y por último que las sociedades utópicas reflejan la existencia de un consenso universal sobre los valores existentes ”, por lo que podemos hablar de sociedades autoritarias, autárquicas, dirigidas y paternalistas.

Si Platón y Aristóteles concibieron sus comunidades dentro de los límites geográficos de la Hélade, tanto para el pasado como para el presente. Moro y Campanella colocaron las suyas en mares lejanos y esa distancia espacial ayudó a darles una cierta impresión de realidad. El plan moderno es proyectar la sociedad perfecta en un período futuro. El artificio de Moro y sus sucesores fue sugerido por las exploraciones marítimas de los siglos XV y XVI. Los límites conceptuales de las grandes utopías del Renacimiento están definidos a partir de una fecha clave para la historia de Europa: el descubrimiento de América en 1492. El Nuevo mundo se presenta no sólo como un nuevo espacio utópico, sino también como un revulsivo para la vetusta Europa. Moro y Campanella a pesar de apoyarse en el pasado y de nutrirse del utopismo griego y bíblico, miran fundamentalmente al descubrimiento de un Nuevo Mundo. Dos continentes y dos mentalidades. Lo nuevo y lo viejo, lo virgen y lo corrupto, lo idílico y lo cristiano, se encuentran frente a frente en una simbiosis inacabada. En este contexto es donde surge este género utópico, híbrido entre lo filosófico y lo instructivo, lo real y lo imaginario, la crítica social y la alternativa ideal. Siendo el rasgo más relevante que distingue a la utopía clásica de la moderna, el carácter jerárquico de la primera. Platón, como los demás autores de utopías en la Edad Antigua, nunca consiguió deshacerse de la idea de la natural desigualdad entre los hombres, mientras que la Utopía de Moro abre una nueva perspectiva igualitaria.

Las referencias implícitas o explícitas a Platón, son abundantes en las utopías modernas del Renacimiento. Sirva el siguiente texto de Tomás Moro, de ejemplo, en una cuestión tan vital como es la comunidad de bienes: “Cuando considero en mi interior estas cosas, doy la razón a Platón y no me extrañaría que no quisiera dar ley ninguna a los que se negaban a repartir con equidad en común todos los bienes. Hombre sapientísimo, previó acertadamente que el sólo y único camino para la salud pública era la comunidad de bienes, lo que no creo que se pueda conseguir allí donde exista la propiedad privada” (Tomás Moro. Utopía pág. 73). Por su parte, Tomaso Campanella, va más lejos en la aceptación de Platón y, admite como él, la comunidad de mujeres (Tomaso Campanella, La Ciudad del Sol. Pág.41), cuestión esta bastante significativa, en un hombre de creencias cristianas, donde la familia monógama, es el referente admitido y aceptado.
Por otro lado hay que hacer referencia, al profesor Daniel Bouet, donde afirma que “a pesar de la inevitable referencia platónica, no se origina el utopismo en el mundo antiguo occidental ni tampoco en Oriente (siempre añorantes de una “Edad de Oro” primigenia). Su nacimiento coincide con el surgir en Occidente de los estados modernos y el advenimiento de una concepción lineal del tiempo y de la historia, así como de la idea de progreso” . Podemos decir que dos son los conceptos políticos fundamentales que introduce la modernidad: el de Estado y el de Utopía. Estado, “il statu”, no puede traducirse por polis o res republica. Utopía también es un neologismo que, aunque se nutre del pensamiento griego -y no sólo y principalmente en razón de su etimología-, no coincide con politeia o civitas Dei. El último método fue el resultado de la aparición de la idea de Progreso. Desde este punto de vista la utopía en sentido estricto está ligada al origen de la modernidad.

La idea del progreso de la Humanidad y el surgir de la utopía coincide y es protagonizada por una incipiente clase social: la burguesía. Los utopistas del Renacimiento son representantes de una burguesía naciente, que aparece en escena con todo el impulso de una clase ascendente. Ahora bien, en esta cuestión surge una aparente antinomia: ¿Cómo autores que representan a esta incipiente burguesía pueden construir unos diseños utópicos en que parece negarse el sentido mismo de la burguesía? Así fueron escritores burgueses, o asimilables a los burgueses, los que comenzaron a ser sensibles a los problemas políticos, económicos o sociales de su entorno. Ante esta perspectiva cabían dos soluciones: o intentar renovar la sociedad desde dentro o desde fuera con paradigmas utópicos. Tomás Moro, procedente de la alta burguesía, aunó las dos soluciones con resultado fatal para su vida. Tanto Moro y Erasmo, fueron conscientes de que si bien los intelectuales independientes suelen ser libres para proponer innovaciones, rara vez son escuchados por los hombres que tienen el poder, para poner en práctica sus propuestas- “Platón ya anticipó discretamente que los reyes, excepto los que eran filósofos, no seguirán los consejos de los sabios, porque sus almas están ya impregnadas y empapadas de malignas ideas desde la niñez , lo cual el mismo Platón pudo comprobar al lado de Dionisio…” (Utopía. Págs. 62-63). Pero a este punto, podríamos preguntarnos, si el hecho de que las sociedades sean injustas en su conformación, ¿puede llevar a los filósofos a plantear cambios en las mismas, que en gran medida se adaptarían a las necesidades intelectuales de los mismos filósofos? ó ¿estos planteamientos utópicos pueden ser considerados, como una tentativa de mantener el poder –caso de Moro, Campanella y Erasmo- dentro de las ordenes monásticas o por el contrario una posibilidad de cambio del poder hacia otras instituciones nacientes, empujadas por una burguesía que considera necesario estos cambios para mejorar su status, como es el caso de Maquiavelo? (Isaías Covarrubias M., La Economía medieval y la emergencia del capitalismo. Págs. 31-45.)

Podemos decir, que existe una relación estrecha entre la aparición de la idea de progreso y las grandes utopías del Renacimiento. Además podemos afirmar que en los siglos siguientes esta relación se mantiene, porque resulta demostrable que todo progreso requiere una dosis considerable de utopía previa. Pero es en la Ilustración donde utopía y progreso se funden y entrelazan, constituyendo la espina dorsal del pensamiento ilustrado. De este modo, la utopía tiene, también, una carga y una pretensión de realismo, en cuanto aspira a ser un pensamiento concreto que busca la felicidad y la calidad de vida en el futuro, en contraposición a la mala realidad del presente. Ya que el discurso utópico no exige la transformación por la contemplación, sino que debe circular por un cauce más lento. La realidad de la utopía se llama progreso. Sin embargo, esto mismo lleva a Cioran a cuestionar y valorar negativamente las utopías -se refiere fundamentalmente a las del siglo XIX-. Si bien cree en la positividad de ciertos pensamientos utópicos que hacen una llamada sobre la desigualdad entre los hombres, proponiendo una solución, afirma que estas utopías se apoyan en una falsa concepción, a saber, la idea de progreso o la misma idea de la perfectibilidad indefinida del hombre . ¿Hacia dónde iría en el interior de la perfección? Pero la historia no es el camino del paraíso y “la utopía se opone a la esencia de la historia”.

Hay que constar un hecho, que no hay momento de la historia humana donde, ya sea de una u otra forma, no hayan aparecido relatos, reflexiones o propuestas prácticas acerca de una sociedad o un mundo –tanto natural como artificial- mejores y diferentes que el conocido por el autor o autores de la propuesta. Este hecho obliga a extraer una primera consecuencia: el relato o propuesta utópica es consustancial al ser humano. Fijémonos en que toda utopía es siempre la descripción de una realidad distinta a la existente. Es decir, toda utopía es, de entrada, una forma divergente de ver la realidad. Y es que el ser humano es un animal divergente, y dado que dicha divergencia no parece venir de una disparidad genética respecto de los otros simios –pues cada día es más claro que el bagaje genético es prácticamente el mismo-, tendremos que suponer que procede de nuestra conducta y actitud frente al mundo. Si esto es así, ser hombre es ser una forma diferente de ver el mundo. El mundo, lo dado, el entorno social y natural no satisfacen al hombre. Y puede que tampoco satisfaga al resto de los animales, pero lo cierto es que no parecen tener la capacidad suficiente para modificarlo de forma adecuada a sus intereses. Cuando el hombre mira al mundo, sea al entorno natural en que le ha tocado vivir -clima, fenómenos atmosféricos, era geológica- o al conjunto de relaciones sociales que ha heredado en forma de normas, costumbres y prácticas socialmente aceptadas, lo primero que siente es insatisfacción. El hombre es un ser insatisfecho, no adaptado a su entorno ni a su hábitat, y esa insatisfacción le plantea ya un dilema: resignarse o no conformarse con lo que se le presenta. El ser humano, ante esa disyuntiva, se define no como un ser resignado, sino como un ser disconforme. Pero es en ese paso de la insatisfacción a la disconformidad donde está la clave del primer momento de diferenciación entre la animalidad y lo humano. “Y ello es así porque decir no -eso y no otra cosa es la disconformidad- implica una primera forma alternativa y divergente de ver el mundo, por rudimentaria que sea. Esa forma alternativa y divergente de ver el mundo es negarlo” . Pero es cierto que, de algún modo, eso podría atribuírsele a cualquier mamífero superior y, sin duda de ningún tipo, a los simios superiores, que utilizan instrumentos y alteran el entorno en la medida de sus posibilidades. Es preciso dar un paso más y decir que la forma alternativa y divergente de ver el mundo que tiene el hombre es precisamente la capacidad de concebir un mundo alternativo, para ser precisos, no uno, sino múltiples, casi infinitos, mundos alternativos. Sólo esta capacidad que le otorga la fantasía permite al hombre traducir su primaria reacción negativa en una divergencia constructiva que le permite diseñar un plan alternativo a la realidad y que, inevitablemente, tiene un carácter utópico, al menos hasta el momento de su plasmación en la práctica.
Por lo que podríamos deducir, que si en la Edad Media el poder se manifestaba de forma absoluta y eterna, mediante un sistema político feudal, donde las grandes estructuras históricas propias de este periodo, como la Iglesia Católica, el Imperio, los feudos, la servidumbre, tenían su cierre en una teocracia, donde la vida del hombre se cerraba en un “más allá” celestial y en una razón sometida a la fé; la modernidad se debatió entre un cierre terrenal, donde la historia adquiere una linealidad de progreso, fundada en nuevas concepciones de cambio social o por el contrario la conjugación de ambas posturas filosóficas con el surgimiento de filosofías seculares que reemplazaron a la Escolástica medieval, donde la razón –“podríamos decir científica”- va teniendo un predominio con respecto a la fé. En el pensar utópico, frente al milenarismo y la escatología, es al hombre a quien corresponde establecer la nueva realidad, mediante su imaginación y esfuerzo, sin que la intervención divina sea un elemento vertebrador. Ya para el siglo XVII, estos movimientos revolucionarios habían cambiado la faz de Europa, relegando a los actores tradicionales de la Edad Media -el clero y la aristocracia- al papel de meros comparsas de los nuevos protagonistas sociales: la monarquía absoluta, y la burguesía.

Desde Moro, Campanella, Erasmo de Rotterdam y Maquiavelo, pasando por la época ilustrada y la que le siguió, se ha ido arrebatando progresivamente a la escatología religiosa su esfera de acción. Así, el discurso utópico va reconvirtiendo a lo largo de la historia su componente crítico y conviniendo las sociedades ideales - a priori- en sociedades reales. Pero también hay que hacer mención a la evolución de los conceptos, que cada momento histórico les ha dado, así la teo-política escolástica da el nombre de prudencia a esa capacidad de percepción mediadora entre las leyes que rigen la creación y las leyes de la convivencia, mientras que el renacimiento entiende esa misma virtud como una capacidad activa, perteneciente a todo ciudadano, que le habilita para maniobrar con eficacia en una esfera pública caracterizada por el cambio incesante. La distancia entre ambas concepciones aumenta aún más en relación al concepto de fortaleza. Pues donde el renacimiento entiende que es fuerte quien es capaz de actuar con coraje y resolución en tiempos de conflicto, la escolástica considera fuerte a aquel capaz de soportar con entereza los vaivenes del mundo. A partir de una concepción republicana de la justicia y la libertad, Maquiavelo aboga por una educación cívica que enseñe virtù a los gobernados. La virtù necesaria para que sean capaces de erigirse en garantes de su propia libertad y la de su comunidad. Lejos de recurrir al concepto cristiano de virtud, el florentino hace una utilización clásica –grecolatina- del término, que pasa así a entenderse como aquello que es bueno/útil para alcanzar la máxima de las aspiraciones políticas: el mantenimiento de la libertad. En este desarrollo del pensar utópico, la Revolución Francesa ha marcado un antes y un después. Pero ahora, tenemos otra pregunta como contrapunto al optimismo del entrelazamiento entre progreso y utopía ¿no puede también el mismo progreso aprisionar al hombre y vaciarlo de sentido?
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